Cuando le preguntas, a bocajarro, qué le quita el sueño a la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera (Madrid, 1969) dice, sin más, que el bienestar de las familias. Añade que le preocupa muchísimo el precio de la energía y las turbulencias que se están viviendo a nivel internacional por este asunto. Es plenamente consciente de que en estos tiempos revueltos se ha convertido en una especie de enfant terrible de las compañías eléctricas, aunque insiste una y otra vez en que su relación con ellas está absolutamente normalizada. «Es profesional y sincera», señala .
En realidad, esa imagen de mujer dura, casi imperturbable y correosa en las negociaciones, se rompe en mil pedazos en el tú a tú. Es amable y cordial, una gran conversadora que tiene una opinión perfectamente conformada de todos los temas que están de plena actualidad. Es capaz de analizar los dientes de sierra de cualquier estadística con la misma soltura con la que comenta cómo evolucionan los estudios de sus tres hijas.
Es licenciada en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, diplomada en Derecho Constitucional y Ciencia Política y acaba de incorporarse como académica alterna de la Real Academia de Bélgica en la Sección de Tecnología y Sociedad y, en su presencia, se tiene la sensación de que su cargo le viene como anillo al dedo. De hecho, en su despacho, ubicado en Nuevos Ministerios, hay algunos objetos que la definen perfectamente: desde un calendario con las fotos de sus hijas a varios libros de Mariana Mazzucato «dedicados», un unicornio «regalo de los profesionales de educación ambiental» o un liquen antártico «que me trajo Adolfo Eraso de sus expediciones Glakma». Durante la entrevista ni hay preguntas sin respuesta, ni tiene pelos en la lengua.